domingo, 1 de mayo de 2016



Por María Isabel Pardo Bernal.

01 de mayo de 2016.

CONFIESO

  
Queridos hijos:

No sé qué es más tópico, celebrar un día de la madre al año, o decir que el día de la madre debe ser todos los días del año, y decirlo precisamente el día que se ha establecido para celebrarlo. El caso es que sea como sea,  y esto me parece bien, un día, al menos,  dedicamos unos momentos para reflexionar, recordar, escribir, hablar sobre lo que fue, es, debería ser una madre.  Opino que tendemos a mitificar a las madres, no queremos crecer, queremos creer que una madre es un ser superior, alguien que todo lo puede, que no tiene necesidades propias, que no es mujer, que no tiene carencias, ni defectos, que las madres son seres angelicales, diosas sin pecado. En nuestra inmadurez, pensamos que nuestra  madre es santa, es única, como si los demás no tuvieran madre. No es así, las madres somos seres humanos, y somos mujeres. Reivindico mi imperfección, mi no santidad,  por mucho que una legión de nuevas corrientes de madres alfa, o como se quieran denominar, tan de moda hoy, se empeñen en publicitar lo contrario.

Confieso: yo nunca he sido una madre ejemplar, de sobra lo sabéis.  Muchas veces me hacía sentir mal el hecho de tener flaquezas, de tener  debilidades, el hecho de no saberlo todo, de no poderlo todo, de no sentirme ni única, ni especial. Me educaron para creer que ser madre debe dejarte satisfecha cien por cien, que debes centrarte en tus hijos y nada más que en ellos, que debes  olvidar tus sueños, que ya no eres un  ser independiente, que ya no puedes  pensar en ti, que debes cortar tus alas y dejar de volar, y además ser y estar muy feliz.  Así, cabalgas con la culpa, adoras a tus hijos, pero sientes que necesitas algo más en tu vida.  Decides que quieres seguir trabajando, no sin culpa,  seguir teniendo una parcela de independencia, de realizarte a nivel profesional. Trabajar y ser madre, en una sociedad patriarcal te lo pone muy difícil. Faltan horas, faltan energías, faltan ayudas, falta comprensión, falta entender que los hijos son cosa de dos. No hay equilibrio, toda la balanza se cae estrepitosamente hacia el mismo lado. Las mujeres somos las grandes perdedoras, hagamos lo que hagamos, nunca será adecuado, nada contentará a todos.  Yo decidí seguir trabajando, aunque tampoco me quedaba otra, había necesidad económica, además de que no me resignaba a abandonar mi profesión.  Con tres hijos a cuestas, y muchas horas en mi puesto de trabajo, siempre me ha faltado espacio, horas. Siempre he tenido algo pendiente, siempre he pensado que no llegaba a todo, siempre el sentido de culpa, siempre esa sensación de no ser capaz, impotencia, angustia, remordimientos, y cansancio, mucho cansancio. Peinarte mientras vistes a tus hijos, y salir a la calle colocándote todavía los zapatos. Intentar recordar si te has puesto las medias, o si llevas el zumo para los niños en el bolso enorme que se hizo inseparable de ti desde el mismo momento que nació tu primer hijo.   Recuerdo días con el  coche lleno de papeles y a ti, mi pequeño Héctor, de apenas unos meses, en tu capacito, solos en la carretera, y con un reventón de rueda.  Recuerdo buscar parques tranquilos para poderte amamantar sin abandonar mis obligaciones en el trabajo,  cambiarte los pañales en un parking, y seguir andando contigo a horcajadas en mi cadera, de Ministerio en Ministerio, mientras te susurraba nanas y “te quieros”. Recuerdo tu sonrisa, y tus manitas rechonchas acariciándome la cara mientras hacía cola en cualquiera de las oficinas de la administración donde tenía que acudir. Luego, vinisteis los gemelos, Adrián y Sergio;  la cosa se puso más complicada, problemas con mi salud, y el caos.   Repaso los días en que os  llevaba conmigo al despacho, y allí suplicaba que no os diera por berrear a ambos a la vez, las interminables visitas al pediatra, a urgencias, a la farmacia. Mi lucha por intentar tener medianamente organizado nuestro hogar.  Recuerdo las mañanas de días laborales con vosotros tres,  los nervios de no llegar nunca a hora, los lloros de los primeros meses de colegio. Las lágrimas y el estrés  con las que llegaba a mi trabajo.  las noches de fiebre y cansancio, noches en blanco pensando que no iba a tener fuerzas para levantarme al día siguiente, pero sobre todo, evoco con gran nitidez los encuentros cuando acababa la jornada, los abrazos, los gusanos y las flores que me traíais del patio del cole, las mariposas, las risas, y los juegos, los abrazos, la música, las horas de charlas exclusivas, las pelis con palomitas, los viajes por mundos fantásticos, el bosque mágico, MI mar en nuestros corazones, las caracolas, el teatro, los proyectos, las ilusiones, los superhéroes, los dibujos, los dedos manchados de pastel…  Habéis  crecido  con una madre que  limpiaba,  fregaba, hacía comidas, y en minutos,  se vestía de ejecutiva y peleaba en el despacho como un hombre. Habéis vivido con una madre  que siempre corría, que siempre tenía prisa…   Me veíais venir exhausta, pero también, desatarme la coleta, y tirarme al suelo con vosotros,  y portarme como la niña que todavía era. Declamar poesía, disfrazarme, meternos en la bañera juntos para buscar aventuras en los mares del sur. Yo era la mamá que  gritaba con vosotros que “la vida pirata era la vida mejor, sin trabajar, sin estudiar, con la botella de ron…”   Nos adentrábamos en las maravillas de las únicas joyas que poseo, mis libros.  Nos llenábamos la nariz de harina, os dejaba saltar en la cama, mientras cantábamos “había una vez un barquito chiquitito…”,  os consentía por cada cucharadita que comíais una “palabrota” tipo: caca, culo, mierda… Os cobijaba bajo mis faldas, os hacía cosquillas, me acurrucaba a vuestros pies velando vuestros sueños, os contaba secretos. Me moría cuando os poníais enfermos.  Descubrimos juntos las maravillas de la naturaleza, os enseñé a amarla,  os enseñé a ser generosos, y a ser libres, aunque no supe eliminar los miedos, ni todos los complejos, ni pude evitaros caídas, y algún que otro desengaño.   Nunca os escondí mis sentimientos, me habéis visto alegre y triste, reír como loca, y también llorar, llorar mucho. Me visteis  subir al cielo, pero también caer a los infiernos. Me escuchasteis  suplicar. Me humillé, y también me supisteis  altanera y orgullosa. Vuestra madre fue  reina y esclava, y os dio las herramientas para tener criterio propio, para pensar y razonar. Os hablé de justicia y de bondad. Os enseñé a escuchar, a ser amables, y a sonreír en todo momento.   Os abrí mundos y universos, también, alguna vez, y sin querer os hice daño. Os enseñé a dudar de todo, y a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida.  Nunca os juzgué, y mi amor, lo sabéis, es incondicional… No soy perfecta,  no fui la madre modelo de los cuadros, ni la de  los anuncios, ni la de la literatura, ni la de la religión.  Manifiesto haber cometido muchos errores y no haber sido todo lo clarividente que debiera, ni todo lo paciente, ni todo lo estupenda y bondadosa.    No he sido mártir, ni diva, pero di la vida literalmente por vosotros.  

 Hijos, volad, volad sin culpa, amad, amad, amad sin límite, y sobre todo, os ruego que nunca, nunca me subáis a la piedra de las diosas. Mamá solo es mamá.  

 ¡Os amo!    

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